domingo, 7 de septiembre de 2008

Víctimas apócrifas de la Guerra Civil en Córdoba

Es un lugar común afirmar que la primera víctima de la guerra es la verdad. En Córdoba, la primera víctima de la Guerra Civil fue la inocencia. La de una niña de cuatro años llamada Concepción Sánchez Marfil. Ella estrenó la fosa común del cementerio de la Salud el 27 de julio de 1936, diez jornadas después de que estallara el conflicto armado. La pequeña falleció días antes en el extinto Hospital de Agudos de la ciudad a consecuencia de los hachazos que le propinaron en la cabeza elementos republicanos en Almodóvar del Río el 23 de julio, según las pesquisas que ha seguido Patricio Hidalgo Luque, un investigador que ha elaborado una extensa base de datos que documenta la muerte de 2.416 personas en Córdoba capital durante la contienda fratricida. Esta relación excluye a los soldados caídos en el frente.

El bando, según el ejecutor

Basado en datos del Registro Civil, los libros de los cementerios de la Salud y San Rafael, las noticias y los partes de la Prensa local y los archivos de la prisión, el exhaustivo trabajo de Hidalgo huye de los partidismos y de las ideas preconcebidas. «Al plantearme estudiar las víctimas de la Guerra Civil en Córdoba -afirma el investigador- me propuse incluir a todas, independientemente del bando a que pertenecieran, lugar de la muerte o cualquier otra circunstancia». «La única condición era que su muerte estuviese documentada de alguna manera en Córdoba: las he diferenciado como «R» (republicanas) o «N» (nacionales) , sin que ello conlleve la adscripción de la víctima a ese bando, sino simplemente el bando que le dio muerte», añade Patricio Hidalgo.

La honestidad intelectual y la minuciosidad de datos que caracterizan su investigación ponen de manifiesto que la elaboración de un censo de caídos en el conflicto bélico entre 1936 y 1939, como pretende hacer el juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón, es una tarea que siempre quedará incompleta o, al menos, sometida permanentemente a la aparición de nuevas fuentes de información.«Ni todos los muertos que yacen en las fosas comunes de los cementerios cordobeses son fusilados ni todas las víctimas del bando nacional han sido reconocidos», declaraba el investigador en una entrevista que publicó este periódico el pasado viernes. Es más, en los registros de las fosas comunes y en los de fallecidos por fusilamiento aparecen, tal y como ha demostrado Hidalgo, personas que en realidad nunca fueron ejecutadas. Simplemente, huyeron de la ciudad al estallar la Guerra porque temían por su integridad o, en ocasiones, salieron vivas de la tapia del cementerio pero, sin embargo, fueron contabilizadas como si el tiro de gracia hubiera sido certero. Las historias de estos supervivientes son similares a la que ABC relató el pasado miércoles 3 de septiembre sobre Eugenio de Azcárraga, un alferez del Ejército de Franco que fue dado por muerto y figura en las listas de inhumados en el Valle de los Caídos. «Si Garzón quiere saber qué hago enterrado en el Valle de los Caídos, que me llame», declaró este ex combatiente.

Parecido fue el caso de un conductor del Regimiento de Artillería de Córdoba llamado Carmelo Lavadía. Igual que Rafael Sánchez Mazas, fundador de la Falange Española que fue fusilado por tropas republicanas a final de la Guerra en Cataluña pero escapó con vida, Lavadía sobrevivió al paseo que le dieron para acabar con sus días. «Lo hicieron prisionero junto a otros conductores de su regimiento, y salió vivo de la ejecución, pero no se dieron cuenta y lo anotaron como muerto», relata Hidalgo. «Este señor vivió muchos años después de la Guerra, hasta el punto que se jubiló como trabajador del matadero municipal», añade el estudioso. Carmelo Lavadía falleció hace no muchos años. Sin embargo, el nombre de este conductor -no era militar profesional, sino un civil que prestaba sus servicios al Ejército por su destreza en el manejo de camiones- está incluido en el listado de bajas de un libro editado al final de la contienda por el regimiento al que pertenecía, en el que se detallan tanto los hechos de armas en los que participó su unidad como los caídos en el conflicto.

Regimiento de Artillería

Patricio Hidalgo ha dado con más casos de este mismo tipo. El de Vicente Lombardía es uno de ellos. Dueño de unos laboratorios farmacéuticos ubicados en la calle San Pablo, el nombre de este ciudadano aparece en el listado de la prisión provincial como fusilado. Nunca fue ejecutado. El investigador indica que «la última pista que tengo de él se sitúa en Alcañices, provincia de Zamora: ahí fue donde lo desterraron [las autoridades militares] y allí estuvo bajo la tutela del Gobernador Civil de Zamora para que no se moviera hasta nueva orden».Pero por qué incluyen a este ciudadano la mayoría de los listados de fusilados y desaparecidos de la Guerra, como los que ha realizado Francisco Moreno Gómez. La respuesta la da Patricio Hidalgo: «Porque en el Registro se le hace una declaración legal de muerte, porque pasaron años sin que diera señales de vida una vez que fue desterrado a Zamora». Al parecer, la familia decidió con el paso del tiempo inscribirlo como desaparecido en los listados oficiales, con el fin de poder disponer de sus bienes. «Más allá de lo que acabo de contar, no he logrado saber qué pasó con ese hombre», señala Hidalgo.

De Francisco Morales Valverde sí hay más datos y su historia se puede recomponer con más precisión. Dado por fusilado en la mayoría de los estudios, el investigador que ha facilitado a ABC las historias que se relatan en este artículo ha demostrado que Morales salió huyendo de Córdoba en cuanto estalló la Guerra. Temía por su vida. «Morales escapó de la ciudad por la Sierra, por donde entonces era sencillo esconderse porque no había parcelaciones como ahora». Consiguió llegar a Madrid, donde tenía familia, que lo acogió. Desde allí mandó una carta a través de la Cruz Roja a su esposa, diciéndole que estaba bien. En la misiva le envió también una foto vestido de carabinero de la República, cuerpo al que acababa de alistarse. Hidalgo ha visto esa foto, que conserva la hija de Morales, que nunca conoció a su padre. Cuando huyó, su esposa estaba embarazada. La hija supo por Hidalgo en qué fecha aproximada murió su progenitor. Hasta entonces le daba una misa en el aniversario de su huida de Córdoba, que es el día que ella contaba como el de fallecimiento. «Morales sale en el Boletín Oficial del Instituto de Carabineros, que yo consulté a través del Archivo de Salamanca: asciende a cabo y a sargento a título póstumo», indica el investigador. Su muerte coincide con la batalla de Brunete. Murió entre Las Rozas y El Escorial; en una carretera que une ambos núcleos estaba desplegada su unidad en junio de 1937. Allí le mataron, en pleno combate, no fusilado. Su familia no sabe dónde está enterrado.

Rafael A. Aguilar (Córdoba): Víctimas apócrifas de la Guerra Civil en Córdoba, ABC /Córdoba, 7 de septiembre de 2008

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