lunes, 19 de mayo de 2008

Historiadores medievales indagan sobre el origen musulmán de san Isidro

La cátedra de Historia Medieval de la Universidad Complutense trabaja desde hace algunos meses sobre la hipótesis según la cual, san Isidro, el patrón de Madrid, podría ser, hasta su conversión, musulmán. La teoría, contemplada por Cristina Segura, titular de Historia Medieval, parte de una evidencia histórica: el enclave sobre el que se irguió Madrid antes de su fortificación por Mohamed I, en la segunda mitad del siglo IX, carecía de población autóctona preexistente. No hay testimonio alguno de asentamientos anteriores desde la edad del bronce.

Dibujo que representa el cuerpo de san Isidro, tal y como fue hallado tras la apertura de su sarcófago en 1982. Museo de los Orígenes, Madrid


Los testimonios materiales sobre el patrón madrileño son sólo un códice de fines del siglo XIII; la arqueta de su sepultura, hoy en el testero de la girola de la catedral de la Almudena y su propio cuerpo -murió en torno al año de 1172- del que la tradición dice que fue hallado incorrupto 40 años después de su muerte, tras la que fue inhumado en el cementerio de San Andrés, junto a la hoy parroquia del mismo nombre. Tras ser enterrado entre 1535 y 1555 en la Capilla del Obispo y regresar a su entierro de San Andrés, su cuerpo se conserva hoy en una urna de plata, regalo de la reina Mariana de Neoburgo, esposa de Carlos II, en el altar mayor de la colegiata de San Isidro en la calle de Toledo. "El sarcófago fue abierto por última vez en 1982", informa José Sánchez, sacristán de la colegiata.

Los otros testimonios, orales y documentales sobre vida y milagros de Isidro, fueron elaborados a partir de 1212, fecha de la batalla de las Navas de Tolosa. Por primera vez hay noticia allí de una presencia del concejo madrileño, mediante un destacamento que combate junto a las huestes cristianas, bajo estandarte heráldico propio, osa incluida, contra las tropas islámicas.

Prosiguen hasta 400 testimonios de milagros entre finales del siglo XIII y mediados del siglo XVI, para culminar a principios del siglo siguiente -en torno a la expulsión de los moriscos- en que en marzo de 1622, el papa Gregorio XV canoniza a san Isidro, si bien no se oficializa hasta su firma en 1724 por Benedicto XIII.

El nacimiento de Isidro, según las más antiguas crónicas, hagiografías religiosas y posteriores recreaciones que abarcan hasta el siglo XVIII, data de 1082, poco antes de que el rey Alfonso VI recobrara en 1086 la plaza madrileña junto con la de Toledo, en poder del islam desde tres siglos antes. Por consiguiente, si Isidro era lugareño de Madrid, sus progenitores descendían o de las huestes o de los colonos que vinieron al centro de Castilla con los musulmanes. Otra hipótesis que se baraja desde la cátedra que regenta la historiadora Segura es etimológica: "El nombre propio del patrón derivaría del árabe Driss e Isidro sería su castellanización".

La vida del labrador, narrada por el cronista Juan Gil de Zamora un siglo después de la muerte de Isidro en el llamado Códice de Juan Diácono, se ve vinculada al arte del agua, milagros incluidos. Su iconografía le coloca siempre una aguijada en la mano, vara instrumental para la fontanería. La tradición cristiana señala que Illán, hijo de Isidro y de María, llamada luego de la Cabeza, lugareña de Uceda y vecina de Torrelaguna, cayó a un pozo muy profundo mientras él faenaba en el campo. Tras rezar devotamente junto a su mujer, el agua del pozo afluyó copiosamente por el brocal e Illán reapareció sobre las aguas, sano y salvo. Este pozo, dice la tradición, es el que se conserva en el Museo de los Orígenes, en la plaza de San Andrés, con 27 metros de profundidad, tres de ellos de agua.

El arca donde estuvieron sus restos presenta en su facies anterior una gran noria de cangilones, emblema de la hidráulica árabe. Tanto la representación de Isidro como la de su esposa, María, se muestran siempre velados con tocados similares a kefias, bajo arcadas mudéjares.

Para Segura, "la importancia en Madrid de la comunidad mudéjar -la subsistente a la conquista por Alfonso VI- fue muy grande y contaba con representantes propios, llamados alamines". Así, "de ello derivaría el nombre de la plaza del Alamillo, no de una especie vegetal, sino de la sede del alguacil mudéjar madrileño". Otro aspecto que contemplan los historiadores es la actitud invariante de la iglesia de Roma por integrar factores creenciales de religiones preexistentes en su propio discurso. Así, al igual que la Virgen de la Almudena tiene un nombre de origen árabe -como la de Fátima- la veneración por Isidro, convenientemente integrada, podría proceder de otra confesión. La santidad es una hierofanía, manifestación de lo sagrado y no monopolio de ninguna religión, según el gran pensador de las religiones, Mircea Eliade.

Rafael Fraguas, Historiadores medievales indagan sobre el origen musulmán de san Isidro, El País, 19 de mayo de 2008

lunes, 12 de mayo de 2008

Huérfanos de la barbarie nazi

Unos 200 niños polacos de un campo de refugiados austriaco llegaron en 1946 a Barcelona en una operación de la Cruz Roja. Eran niños rubios "de aspecto germano" robados por los nazis o fruto de experimentos para crear la superraza aria. Algunos volvieron a su país, otros fueron a EE UU. Varios de ellos relatan a EL PAÍS su drama de desarraigo e identidad perdida.

De la mano de la Cruz Roja internacional, 200 niños polacos robados por los nazis durante la II Guerra llegaron a Barcelona en 1946 procedentes del campo de refugiados de Salzburgo (Austria). Algunos habían sido seleccionados por culpa de sus rasgos físicos pretendidamente arios y arrancados de sus padres, otros eran hijos de los trabajadores esclavos utilizados hasta la extenuación en la industria alemana de guerra. También había pequeños engendrados en el diabólico proyecto eugenésico de los Lebensborn, (la fuente de vida), las granjas de procreación y educación nazi destinadas a crear la superraza, en las que se forzaba a las mujeres seleccionadas a acostarse con los oficiales alemanes.

Niños polacos robados por los nazis

Desconocida hasta ahora, la historia de estos niños polacos hurga cruelmente en la herida moral de la humanidad porque fueron despojados de su nombre, su memoria y su lengua, germanizados y, en ocasiones, entregados a familias alemanas y nuevamente desgajados de estos hogares al término de la contienda.

Muchos perdieron irremisiblemente la posibilidad de recuperar su identidad y su familia en la hoguera con la que los nazis en retirada destruyeron los archivos que daban cuenta del delirio de recreación de la raza aria. Tal y como ha constatado este periódico, seis décadas más tarde, la herida del limbo identitario sigue supurando en el alma de los supervivientes, "españoles de corazón", y palpita dolorosamente con el recuerdo de las traumáticas experiencias vividas. Tuvieron que resignarse a no saber de sus padres y hermanos, a descontar para siempre esos besos y abrazos y a vivir con ese vacío lacerante, algunos, en la sospecha de que su progenitor pudo muy bien haber sido un soldado alemán.

Todos llegaron a Barcelona con el enigma de su origen, pero sólo los que habían guardado en su memoria un recuerdo nítido -"Mamá tenía una chaqueta marrón, lloraba, pero nos separaba la alambrada"- o habían salvado un objeto -la fotografía doblada que la madre le dio a hurtadillas en la despedida, la medallita de la Virgen...- disponían de la prueba de una identidad perdida.

Escuchar sus padecimientos durante la guerra es asomarse a un abismo de angustias y terrores, de hambre y violencia. Se comprende que los desnutridos o enfermos huérfanos polacos encontraran en la pobre España de la posguerra el paraíso inesperado que añoran todavía 62 años más tarde.

Niñas de comunión

El tiempo había acabado por sepultar aquellos hechos bajo una capa de olvido tan compacta, que la mera confirmación periodística de la llegada de esos niños a Barcelona pareció una empresa imposible. Los datos transmitidos en su día por personas ya fallecidas se revelaron pronto insuficientes o inexactos. Y rebuscar en los archivos de la Cruz Roja en Madrid y Barcelona, consultar a la Embajada y los consulados de Varsovia e indagar en la comunidad polaca resultó un ejercicio infructuoso. Nadie tenía noticia de estos niños.

Cuando el panorama invitaba al abandono y la historia parecía abocada a engrosar la carpeta de iniciativas fallidas, un diligente archivero de la Cruz Roja en Ginebra, tan dispuesto como para buscar más allá de las fechas convenidas, exhumó el listado de uno de los grupos que llegaron a la Ciudad Condal. ¡Era verdad! La consulta a las hemerotecas, ahora sí, en el año y las fechas correctas, mostró que esos niños de entre 2 y 12 años tenían también rostro y saludaban disciplinados con vivas a España desde la cubierta del mercante JJ Sister, que el 24 de abril de 1946 atracó en Barcelona.

Fueron alojados, inicialmente, en el número 49 de la calle Angli, una antigua checa (centro de detención) del Frente Popular que el Auxilio Social franquista (organización de beneficencia) había habilitado como residencia infantil, y luego en la residencia Vallcarca, también en el barrio de la Bonanova. Los periódicos españoles de la época presentaron la llegada de los "huérfanos de guerra polacos" como prueba del carácter humanitario del régimen, cuando aquel gesto respondió a la necesidad del Gobierno de Franco de congraciarse con los aliados victoriosos y hacerles olvidar sus simpatías por los derrotados alemanes. En las negociaciones diplomáticas, auspiciadas por el Vaticano, la dictadura franquista asumió el compromiso de facilitar el alojamiento y los cuidados necesarios, mientras que el Gobierno polaco en el exilio establecido en Londres, que no reconocía al poder comunista establecido en Varsovia, se encargaría de la educación-polaquización de los niños.

La experiencia se prolongó durante diez años, periodo en el que la mayoría de los niños, ya adolescentes o jóvenes, fueron devueltos a Polonia, a menudo contra su voluntad, y entregados a parientes que habían sobrevivido. ¿Qué pasó con aquéllos cuyos orígenes no pudieron ser establecidos? ¿Y qué habrá sido de esa chica rubia, de ojos azules, Teresa Lindner, que según el diario Pueblo se había prometido a un español estudiante de Ingenieros?

Seguir el rastro de los huérfanos polacos no devueltos a su país era como perseguir la sombra de unas nubes caprichosas que lo mismo se dirigían a Polonia, que a Francia, a Estados Unidos o al Reino Unido. Del listado de nombres puestos a búsqueda sistemática en Internet, únicamente el de Aleksandra Gruzinska obtuvo una respuesta positiva en Google. Había una Aleksandra Gruzinska profesora de francés en la Universidad del Estado de Arizona (Estados Unidos), y en la página figuraba la dirección de su correo electrónico. Era la última oportunidad y había que apurar la suerte, por improbable que pareciera que una persona de 75 años continuara profesionalmente activa. Que conservara su apellido de soltera en Estados Unidos significaba, además, que no se había casado, supuesto que reducía aún más las probabilidades.

"¿Es usted la Aleksandra Gruzinska que llegó a Barcelona en 1946 por mediación de la Cruz Roja?" Como ocurriría después con el resto de los receptores, el mensaje produjo el devastador efecto de un torbellino emocional. Rememorar el pasado en estos casos es destapar la caja de Pandora de los dolores y traumas padecidos, dar rienda suelta a recuerdos amargos y secretos que habían sido convenientemente domeñados y guardados bajo siete llaves. Ella se tomó su tiempo, sopesando si estaba dispuesta a dejarse envolver por el oleaje desatado en su interior, pero cinco días más tarde contestó: "Sí, soy una de las chicas de Vallcarca". Y hay que decir que pocas veces en el ejercicio de este oficio se reacciona a un mensaje con una exclamación de júbilo.

Aleksandra no pudo o no quiso entonces ir más allá -"me despido con mucha emoción", indicaba-, pero luego encaminó al periodista hacia un manantial informativo, el tesoro documental de los "huérfanos polacos de Barcelona", podríamos decir, que Cristina Tozer, hija de la canciller del consulado polaco en Barcelona Wanda Tozer, guarda en su casa de Madrid. Activista de la resistencia antinazi perseguida por la Gestapo, Wanda Tozer alojó en su casa de Barcelona a los pilotos polacos derribados en Francia y a los soldados perdidos que trataban de llegar a Gibraltar o a Portugal para desde allí regresar a sus bases en Inglaterra. "A veces me encontraba el salón tapizado de cuerpos", recuerda su hija Cristina. "Mi madre les daba documentación falsificada y dinero para que pudieran atravesar España". La señora Wanda fue la madre espiritual de los niños robados por los nazis que llegaron a España, además de su profesora de literatura y polaco. Era el enlace entre las autoridades españolas y el Gobierno polaco en el exilio.

Durante aquellos años, la canciller fue anotando las revelaciones que extraía de sus contactos con los niños -"yo también era muy pequeña y tenía celos de los cuidados que les prodigaba mi madre", indica Cristina-, hasta descifrar el secreto que guardaban. Descubrió que, en su gran mayoría, aquellos niños procedían de Silesia, región que los alemanes consideraban germánica y, por tanto, potencialmente susceptible de albergar los genes de la raza aria. Descubrió que a muchos de los pequeños les habían cambiado sus apellidos por otros, en ocasiones, despectivos e hirientes, como Koziok (cabrito); que les habían borrado los recuerdos familiares y prohibido el uso de su lengua; que habían sido robados y humillados; que habían pasado por sucesivos orfanatos y que los mayores habían sido abandonados cuando la contienda tocaba a su fin y forzados a vivir como salvajes en los bosques.

Wanda Tozer intuyó entonces lo que los historiadores tardarían mucho en comprobar: que en la región noroccidental de Polonia incorporada al Tercer Reich con el nombre de Wartehegau, a los niños de aspecto nórdico se les supuso un origen alemán y fueron germanizados. En su libro El trauma alemán, Gitta Sereny cita la orden de las SS número 67/1, en la que se alude a la "gran cantidad de niños en Polonia que por su aspecto son potenciales portadores de sangre valiosa para Alemania". La periodista austriaca sostiene que en las acciones punitivas contra la resistencia, la norma era ejecutar a todos los hombres y enviar a las mujeres a los campos de concentración, mientras que los niños de entre seis meses y dos años eran enviados a los hogares Lebensborn, y los mayores de doce, enviados a trabajar.

"La Gestapo se llevaba a los niños por la fuerza, sobre todo si respondían claramente a los criterios de raza", escribió ya entonces Wanda Tozer. "Los seis hermanos Wieczorek fueron arrancados brutalmente de los brazos de sus padres. Aleksandra Gruzinska, a la que sus compañeros llamaban Olga, no tuvo apenas tiempo de abrazar a su madre. Bronislaw Zimmy fue sacado de un orfanato para ser germanizado. Jerzy Kaczynski y su madre fueron llevados a Alemania para trabajar duramente. Jadwiga Bronowicka vio desde su escondite en un pajar cómo los rusos asesinaban a su padre...".

Son escritos, hasta ahora inéditos, que Cristina Tozer encontró en su casa a la muerte de su madre, en 1990. En todos ellos late la sensibilidad de una mujer, patriota polaca y católica, capaz de comprender el dolor de la "segunda ruptura" que padecieron los niños dados en adopción a familias alemanas y rescatados por los aliados al término de la guerra. "No querían ir con esos polacos de quienes habían oído decir tantas barbaridades y había que recuperarlos por la fuerza; ellos, a su vez, mordían o daban puntapiés a sus liberadores", anotaba Wanda. En ocasiones, sólo la música, las canciones polacas de cuna o los cantos navideños lograban penetrar en los espacios clausurados de la memoria y encender la chispa del recuerdo.

Pese a la imagen que aportan las fotografías de prensa de la época, las "cabecitas rubias que se apretujan unas con otras, lucen ropa militar y gorras americanas", que llegaron a Barcelona en sucesivas expediciones, estaban muy lejos de alcanzar el estadio de la felicidad. "Han desarrollado los instintos de supervivencia propios de los entornos hostiles y son desconfiados, hoscos y egoístas. Las chicas mayores, más germanizadas, son exigentes, desobedientes y contestonas, mal ejemplo para las pequeñas a las que incitan a la rebelión", escribió Wanda Tozer.

Su hija recuerda que aquellos niños con los que compartía la clase de polaco tenían siempre hambre aunque acabaran de comer, el apetito insaciable de los que han conocido el hambre. "Habían pasado tanta necesidad, que guardaban los chuscos de pan bajo los colchones para cuando les llegara esa hora negra del estómago aguijoneado. Además, rebuscaban en las basuras de la propia residencia de Vallcarca y de los alrededores y arrasaban los limoneros de la casa y los frutales vecinos", comenta. Sin embargo, como observó con asombro Wanda Tozer, aunque los niños no compartían las cosas, tampoco se robaban entre ellos. A falta de familia, muchos anudaron con algunos de sus compañeros una relación fraternal, que, en ocasiones, ha perdurado hasta hoy.

Las anotaciones de Wanda describen un cuadro psicológico de pesadillas, angustia y depresión, a la altura de los traumas y padecimientos vividos. Niños desquiciados entregados a la tarea de destrozar, claustrofóbicos que se fugan en pijama de la residencia creyendo huir de un bombardeo, pequeños que sólo calman sus nervios haciendo calceta...

Poco a poco, el trato de las cuidadoras españolas y de los profesores y curas polacos empieza a dar sus frutos. Barcelona les gusta y disfrutan de la playa y el sol. La vida se abre paso. Nunca olvidarán la noche del 24 de diciembre. Están todos juntos con la mirada fija en el firmamento, a la espera de que aparezca esa primera estrella que, en la tradición polaca, inaugura la Navidad. Muchos años después, ya casados y con hijos, seguirán telefoneando desde América, a la hora española, para felicitar la Nochebuena a la señora Wanda.

Aunque la residencia Vallcarca era y sigue siendo un edificio señorial, su vida estuvo también marcada por el frío y la penuria. Es lo que se desprende de los escuetos informes que Wanda Tozer elaboraba periódicamente, dominando a duras penas su exasperación: "No hay leche en los desayunos por falta de fondos. (...) La rotación del personal, por impago, repercute en los niños. (...) La falta de ropa y mantas es acuciante. Sólo tienen vestiditos de percal y enferman a causa del frío. (...) El zapatero remendón rehúsa arreglar los zapatos por falta de pago".

Sin embargo, el verdadero drama era el interrogante que consumía vorazmente a los niños cuando alcanzaban la adolescencia. "¿Quiénes son mis padres?". "¿Sabe si mi madre está viva?" Acostumbrada a resolver situaciones comprometidas -ablandaba los corazones de los comerciantes barceloneses o de los integrantes de la comunidad judía polaca y obtenía así dinero para las prendas de abrigo, útiles de aseo, incluso regalos de Navidad-, Wanda abordaba la depresión de los adolescentes invitándoles a merendar en su casa y tocando el piano para ellos. Con el tiempo, la red polaca APWR de localización de desaparecidos fue obteniendo resultados y comenzaron a llegar las primeras cartas de los familiares supervivientes: "Llevamos 10 años buscándote, vuelve a casa". El grupo fue poco a poco menguando. Siempre conducidos por Werner, el mayor, que nunca dejó de ejercer de padrecito responsable, los hermanos Wieczorek regresaron a Polonia. "Ya sólo queda un centenar. (...) Ela ha encontrado a su madre en Inglaterra, Mietek se va a Francia. (...) Ya sólo quedan 80", escribe Wanda Tozer y empieza a preguntarse qué puede hacer con los que quedan, adolescentes y jóvenes en su mayoría, que nadie reclama. Sabe que cada camastro desocupado es para ellos una nueva punzada, un agujero que amplía su vacío interior, un nubarrón que les ensombrece el futuro.

La solución la encuentra en Estados Unidos, en la gran colonia polaca neoyorquina de Buffalo. Piensa que aunque los chicos están aprendiendo un oficio, siempre encontrarán más posibilidades en América que en la aislada España franquista que no logra sacudirse la pobreza. La despedida de Barcelona, camino de Madrid, camino de Lisboa, camino de América, el 6 julio de 1956, es desgarradora. Lloran desconsolados mientras cantan Rozproszone polskie dzieci, la canción de "los niños polacos desperdigados".

Meses y años después, algunos todavía reprocharán con amargura a Wanda Tozer el haberles arrancado de España. "Barcelona es nuestro paraíso perdido", resume hoy Aleksandra Gruzinska. Lo repiten todos aquellos niños robados que, desde Buffalo, Arizona, Virginia, California, o Queensland (Australia), aceptaron el envite de EL PAÍS de rebuscar en la memoria a riesgo de alborotar sus corazones. Sí, Barcelona es la palabra mágica, la puerta que cerró el infierno de su traumatizada infancia y les devolvió la sonrisa.

Todos y cada uno de ellos tienen un relato extraordinario que no cabe en las páginas de un periódico. Fijémonos tan sólo en aquella chica rubia, de ojos azules, Teresa Lindner, que estaba prometida a un estudiante español de Ingenieros. Vive en Manassas (Virginia, Estados Unidos), se casó y ahora se llama Teresa Gilbert, tiene tres hijos y dos nietos. No ha vuelto a Polonia. "¿Para qué volver si no sé dónde buscar? Mi drama es que nunca he conocido mis apellidos. Los alemanes me sacaron de casa cuando debía tener cuatro o cinco años, y a esa edad los padres no tienen más nombres que papá y mamá. Me pusieron el apellido Lindner y sé que en el primer orfanato estuve con mi hermana, que luego nos separaron y que ya no la he vuelto a ver. Creo que éramos gemelas, porque teníamos dos vestidos iguales con un lazo azul que mi madre nos ponía para ir a misa y nunca sabíamos muy bien cuál era de quién hasta que yo manché el mío con una manzana. Sé también que tenía un hermano, porque un día...".

Aunque se había preparado anímicamente para este encuentro, Teresa Gilbert estalla en sollozos, pero prosigue con voz entrecortada. "Porque un día, poco antes de que llegaran los alemanes, estuve a punto de cortarle un dedo a mi hermano pequeño, y mi madre se enfadó muchísimo. Me pegó y me dijo que cómo podía estar haciendo diabluras con mi padre muriéndose. 'Reza para que tu padre no se muera', fueron sus palabras". Teresa recuerda que una vez fue a verlas al orfanato y se despidió diciendo que volvería "muy pronto".

Terminó en Austria, en manos de una familia de habla alemana. "Aquella mujer [Teresa Lindner no utiliza la expresión 'madre adoptiva'] vino una mañana a buscarme al colegio. Me asusté y pensé que me iban a castigar, pero por el camino me contó que habían llegado a casa unos militares y que tenía que responderles a todo 'no sé, no sé', en alemán. No podía hacer otra cosa porque ya no sabía hablar polaco, pero como me parecieron simpáticos y me ofrecieron una chocolatina, terminé yéndome con ellos. Acabé en el campo de refugiados de Salzburgo, donde había muchos niños de todas partes. Fue muy duro. Al final nos llevaron a Italia y de ahí embarcamos rumbo a Barcelona. Vallcarca es la residencia más hermosa que he visto en mi vida". Le pregunto qué pasó con aquel novio español y me dice que rompieron cuando ella empezó a trabajar en Estados Unidos, pero que volvió a verlo 20 años más tarde y que él todavía debe guardar algún objeto suyo.

Tampoco Maxsymiljan Jadoch sabe cuál es su verdadero apellido, sólo que las razones por las que le borraron su nombre pueden ser diferentes a las que intervinieron en el caso de Teresa. No tiene recuerdos anteriores a los de su vida en el orfanato de Silesia, pero nunca olvidó que una mujer que le visitaba de vez en cuando le había dicho que iría a buscarle cuando acabara la guerra. "En Barcelona, odié a esa mujer con todas mis fuerzas", dice. "Viví la adolescencia angustiado ante el futuro, torturándome con las preguntas: ¿Dónde están mis padres?, ¿quién soy yo? Él sí encontró a su supuesta madre, una mujer suiza que todavía vive, aunque mejor cabría decir que lo que Maxsymiljan (Max) encontró fue un fantasma. Hace 22 años", prosigue, "recibí una carta de la Cruz Roja alemana con el mensaje de que había una persona que me buscaba. Dos semanas más tarde me llegó el telegrama de una mujer que decía que me había cuidado en el orfanato y que quería verme. Fui a visitarla a Alemania, pero esa bruja no quiso contarme la verdad. Tenía miedo a que se airease el pasado y ni siquiera quiso admitir que era mi madre. Sólo me dijo que me habían cambiado el apellido y que jamás conocería a mi padre. Sé que ella tuvo un hijo con un alemán, y que ese hijo, Hans, se me parece extraordinariamente. No volveré a verla hasta que me diga quién soy".

Max sigue sintiéndose extranjero en Estados Unidos, y eso que vive allí desde hace 52 años y que se ha casado y tiene dos hijos. Dice que él pertenece a Europa, a Barcelona. "Sólo con oír la palabra Barcelona se me desatan todas las emociones, porque allí pasé los mejores años de mi vida después de mi calvario por Checoslovaquia y Austria. "¿Sabe que tuve una novia catalana?" Y este hombre de 72 años cita de corrido el nombre, los dos apellidos y la dirección exacta de aquel primer amor. También Josef Szpaczkek, que vive en Queensland (Australia), recuerda a "aquella chica preciosa", Antoñita, de Pamplona, que conoció en el sanatorio en el que estuvo hospitalizado. "Decidí perfeccionar mi español para poder seducirla, pero nos llevaron a América".

Al contrario que otros niños robados que optaron por negarse a mirar el pasado, para que la herida no siguiera sangrando, para que la memoria quedara sepultada bajo una losa de olvido tan pesada que ya no pudiera aflorar en la conciencia, Eric Plocica, que ahora reside en Venice (California) ha buscado y continúa buscando respuesta a sus interrogantes. Ha reconstruido el tortuoso y penoso camino que siguió desde su orfanato en Bielsko (Alta Silesia) hasta Barcelona, ha comprobado fechas, ciudades y países, ha anotado los bombardeos que sufrieron cuando los niños y sus guardianes escapaban de los rusos. Tampoco le ha negado a su cerebro las barbaridades que sus ojos de niño contemplaron. "Los niños eran un tesoro nacional y los alemanes hicieron lo imposible para que no pasáramos a manos de los rusos, hasta que un día, al despertarnos, vimos que nuestros cuidadores habían desaparecido". Enrolado en la Marina norteamericana, Eric aprovechó siempre los atraques de la VI flota en los puertos españoles para visitar a la "señora Wanda" y rememorar su estancia en Vallcarca. "Al llegar a Barcelona supe que había salvado la vida. No me siento americano al cien por cien, soy más español que otra cosa, y aunque España se ha americanizado bastante, me encanta el temperamento, el ambiente, el idioma [habla un buen español], la comida, el sol. Eso fue mi patria".

Eric prefiere no hablar de sus primeros recuerdos. Sólo dice que su caso es más triste que el de otros y que, además, tampoco sabe muy bien lo que pasó. "Yo no tenía familia". ¿Y cómo afecta a la personalidad una infancia tan dura?, le pregunto. Responde que los niños se adaptan mejor que los adultos. "Nunca nos faltaron las lágrimas y siempre nos acompañó el miedo a perder la vida, pero, no sé si por inconsciencia o por qué, confiábamos más que los mayores en poder sobrevivir". Sobrevivieron, y aprendieron pronto a valorar lo que verdaderamente cuenta en la vida, tras haber conocido las entrañas del infierno humano. Ellos saben de qué pasta sucia está hecha la humanidad. Que los niños sin nombre de Barcelona, heridos de guerra, encuentren sosiego en la fraternidad universal y en el reconocimiento de quienes conocen su historia.

José Luis Barbería, Huérfanos de la barbarie nazi, El País, 12 de mayo de 2008

domingo, 11 de mayo de 2008

La tragedia de «La Mercedes»

La historia de la fragata Mercedes marca el comienzo de las grandes guerras napoleónicas -una visión más completa de este episodio como preludio de la Guerra de la Independencia en España-. El 5 de octubre de 1804 reinaba la precaria Paz de Amiens suscrita en marzo de 1802 por Francia, Gran Bretaña y sus aliados, entre ellos España, aunque ya desde la Paz de Basilea -que encumbró al valido de Carlos IV, Manuel Godoy, como Príncipe de la Paz- los británicos desconfiaban de la futura neutralidad española. No era para menos. España había participado como aliada de Inglaterra en la guerra contra la Convención Francesa tras el regicidio pero, quizá asustada por la invasión de Navarra y las Vascongadas, o porque no se entendían muy bien las razones del conflicto, Godoy se asustó y firmó aquella paz sin consultar a su aliado.

En efecto, entre España e Inglaterra aún reinaba la precaria Paz de Amiens, que había sido rota por Francia un año antes. Sin embargo, la debilidad política española ante Francia hacía suponer a Inglaterra que Godoy se estaba alineando con Napoleón. Pero eso aún no había ocurrido cuando las cuatro fragatas españolas: la Medea (que era el buque insignia), la Fama, la Mercedes y la Santa Clara (que montaban un total de 148 cañones y que estaban dotadas con una tripulación 1.089 hombres), al mando del brigadier José Bustamante y Guerra (el cual había comandado la famosa expedición científica de Malaspina a Alaska) divisaron la costa portuguesa del Algarve al amanecer del 5 de octubre. Esta flota había sido fletada por orden del Rey en noviembre de 1802 desde Ferrol para que trajera de las Indias el oro y la plata acumuladas en los años que había durado la guerra.

Informes falsos

La verdad es que los ingleses tenían la mosca tras la oreja, sobre todo después de que Alexander Crochane hubiera enviado a Londres informes muy exagerados que denunciaban importantes concentraciones de tropas y armamentos en los puertos de Ferrol, Cádiz y Cartagena, informes en los que asimismo se anunciaba la llegada de tropas francesas, lo cual no era cierto, como cuenta el historiador portugués Felipe Vieira de Castro en la Revista Portuguesa de Arqueología (Nº2, 1998).

En fin, el 7 de agosto de 1804 la flota zarpaba desde Montevideo hacia Cádiz. En la Mercedes viajaban el general Diego de Alvear, su esposa y ocho hijos, un sobrino y cinco esclavos negros que regresaban con toda la fortuna que él había amasado durante treinta años de servicio en las Américas.

Aquel 5 de octubre había amenecido claro y se divisaba en el horizonte la Sierra de Monchique, siete leguas al NNE. Aunque no se puede precisar exactamente la dirección del viento, según todos los informes se desprende que soplaba de cuadrante Norte y que las fragatas españolas se acercaban a la costa con rumbo NE. Cerca de las 06:30 avistaron a barlovento cuatro navíos que se aproximaban hacia la flota a buena velocidad. A las 07:45 advirtieron que se trataba de buques británicos. Aunque los informes recientes señalaban que se mantenía la paz con Gran Bretaña, Bustamante mandó formar en línea de combate.

La flota británica al mando del comodoro Graham Moore estaba compuesta por las fragatas Indefatigable, Medusa, Amphion y Lively, que iban armadas con 184 cañones y dotadas con 1.110 hombres de tripulación, también formó línea de combate a barlovento de los españoles, a menos de un tiro de cañón. A las 09:15 los ocho buques se encontraban emparejados en dos líneas paralelas.

Todo habría de ocurrir muy deprisa. La Indefatigable arrió un bote con un oficial que se dirigió a la Medea. Bustamente hizo venir a Alvear al buque insignia porque hablaba inglés y éste acudió acompañado de su hijo primogénito. El oficial británico les comunicó que debía conducir sus barcos a Gran Bretaña y los españoles respondieron que no estaban en guerra. Cinco minutos después, la Indefatigable disparó un cañonazo entre la Clara y la Mercedes. Luego lanzaba una salva para llamar a su oficial. Bustamante se había negado, dejando claro que sólo se dirigiría a puerto inglés por la fuerza.

Acto de piratería

Mientras tanto, la Mercedes había hecho una extraña maniobra, decayendo a sotavento, lo que hizo pensar a los británicos que emprendía la fuga, maniobra que impidió la Amphion británica, poniéndose a tiro de pistola. Enseguida comenzó el bombardeo. Poco después de las primeras descargas, se oyó un gran estruendo: la Mercedes saltaba por los aires al explotar su santabárbara, causando heridos incluso entre la tripulación de la Amphion inglesa. Don Diego de Alvear pudo ver horrorizado cómo desaparecían con la embarcación toda su familia y su fortuna. La suerte de la batalla ya estaba decidida y con 269 muertos en combate (249 en la Mercedes), las otras fragatas se rindieron honrosamente. Los ingleses sólo habían tenido 2 muertos.

Aunque algunos políticos abroncaron a su Gobierno por semejante acto de piratería, lo cierto es que Gran Bretaña saldó el asunto con unas indemnizaciones que rondaban los 250.000 pesos, cuando el botín ascendía a 3 millones. Los marinos españoles muertos no recibieron nada. España le declararía la guerra a Gran Bretaña dos meses después, en diciembre de 1804.


Tulio Demicheli (Madrid), La tragedia de «La Mercedes», ABC, 11 de mayo de 2008

El tesoro buscado por otros ingleses

Muchos cazatesoros se han afanado por hurgar entre los restos de la Mercedes, y la localización del pecio era el relato del combate escrito por el capitán de la Fama. Miguel Zapiain y Valladares, en su relación de los hechos de aquel día, dice que divisaron a las 6 de la mañana la costa portuguesa, la sierra de Monchique, a 7 leguas al NNE, que serían, a razón de tres millas por legua, unas 21 millas náuticas de hoy. Media hora después divisan cuatro naves al NE. A eso de las 7, ciñiendo el viento, identifican las naves como buques de guerra. La flotilla española sigue navegando al Este. Poco antes de las 8 se ordena zafarrancho y en punto se ordena organizar la línea de combate por babor. Entonces acontece el combate. Por tanto, todo comienza en lo que hoy es el final de la Zona Contigua de las aguas portuguesas.

En esa zona, la Marina lusa interceptó en 1997 un barco noruego que buscaba la Mercedes. En 1998 se supo que John Kingsford había descubierto en 1993 restos de lafragata a 100 km. de la costa y 1.200 de profundidad. También se dijo que el pecio estaba filmado y se habían extraído algunos objetos. Kingsford también fue expulsado por la Marina lusa del lugar. Y se supo en 1998 porque el cazatesoros ofrecía a Portugal una excavación conjunta. La táctica de Odyssey. En 1998, otro buque noruego, el Geograph, sondea cerca del Cabo de Santa María. ¿Buscaba un portaaviones?

Tulio Demicheli (Madrid), El tesoro buscado por otros ingleses, ABC, 11 de mayo de 2008

Preguntas sin respuesta

Odyssey Marine Exploration ha trabajado en dos ocasiones en el oeste del Estrecho. Entre 24 y 34 millas de distancia de la costa de Portugal fue detectado su único barco con capacidad extractiva: el Odyssey Explorer. Trabajaron en dos puntos -aunque apagaban el traspondedor satélite- entre el 23 de marzo y el 5 de abril de 2007. Días después, el 10 de abril, fletan desde Gibraltar un primer vuelo con 10.090 monedas de plata y 203 de oro -monedas tratadas- y también lingotes de cobre y bronce, balas de cañon, poleas de bronce y -ojo- trozos de madera, sin duda parte del pecio. Nadie lo denuncia, nadie lo detecta. Este material prácticamente coincide, además, con los objetos que expertos españoles han examinado en el lugar designado por los cazatesoros para custodiar su botín.

La siguiente vez que el Explorer volvió frente el Algarve fue entre 17 de abril y el 12 de mayo. Trabajaron en más de dos puntos de la misma zona. Pocos días después embarcaban rumbo a Florida 500.000 monedas sin tratar. Y dejaron en Gibraltar material que aún añoran trasladar. Todo según las palabras de Odyssey.

La certidumbre jurídica basada en una investigación ha llevado a España a asegurar que se trata de la Mercedes, pero la confidencialidad que rodea el caso hace pensar que faltan las pruebas científicas que lo corroboren. Habla la ley, pero la última palabra será de la ciencia en este caso, cuando los arqueólogos puedan documentar el pecio, su localización hoy aún secreta y la catalogación de todo lo expoliado. Si España desconfía de los cazatesoros, tarde o temprano deberá poner en duda si no hubo otros envíos, si todo lo que tienen es todo lo que dicen, o incluso si todo procede de donde ellos dicen. Siempre han jugado con ventaja. En el Mar de Alborán trabajaron 4 meses completos en 2007, delante de todos y en las aguas más vigiladas del mundo. Y casi otros tantos en 2006. Las preguntas retornan una y otra vez como las mareas

J. G. Calero (Madrid), Preguntas sin respuesta, ABC, 11 de mayo de 2008