domingo, 11 de mayo de 2008

La tragedia de «La Mercedes»

La historia de la fragata Mercedes marca el comienzo de las grandes guerras napoleónicas -una visión más completa de este episodio como preludio de la Guerra de la Independencia en España-. El 5 de octubre de 1804 reinaba la precaria Paz de Amiens suscrita en marzo de 1802 por Francia, Gran Bretaña y sus aliados, entre ellos España, aunque ya desde la Paz de Basilea -que encumbró al valido de Carlos IV, Manuel Godoy, como Príncipe de la Paz- los británicos desconfiaban de la futura neutralidad española. No era para menos. España había participado como aliada de Inglaterra en la guerra contra la Convención Francesa tras el regicidio pero, quizá asustada por la invasión de Navarra y las Vascongadas, o porque no se entendían muy bien las razones del conflicto, Godoy se asustó y firmó aquella paz sin consultar a su aliado.

En efecto, entre España e Inglaterra aún reinaba la precaria Paz de Amiens, que había sido rota por Francia un año antes. Sin embargo, la debilidad política española ante Francia hacía suponer a Inglaterra que Godoy se estaba alineando con Napoleón. Pero eso aún no había ocurrido cuando las cuatro fragatas españolas: la Medea (que era el buque insignia), la Fama, la Mercedes y la Santa Clara (que montaban un total de 148 cañones y que estaban dotadas con una tripulación 1.089 hombres), al mando del brigadier José Bustamante y Guerra (el cual había comandado la famosa expedición científica de Malaspina a Alaska) divisaron la costa portuguesa del Algarve al amanecer del 5 de octubre. Esta flota había sido fletada por orden del Rey en noviembre de 1802 desde Ferrol para que trajera de las Indias el oro y la plata acumuladas en los años que había durado la guerra.

Informes falsos

La verdad es que los ingleses tenían la mosca tras la oreja, sobre todo después de que Alexander Crochane hubiera enviado a Londres informes muy exagerados que denunciaban importantes concentraciones de tropas y armamentos en los puertos de Ferrol, Cádiz y Cartagena, informes en los que asimismo se anunciaba la llegada de tropas francesas, lo cual no era cierto, como cuenta el historiador portugués Felipe Vieira de Castro en la Revista Portuguesa de Arqueología (Nº2, 1998).

En fin, el 7 de agosto de 1804 la flota zarpaba desde Montevideo hacia Cádiz. En la Mercedes viajaban el general Diego de Alvear, su esposa y ocho hijos, un sobrino y cinco esclavos negros que regresaban con toda la fortuna que él había amasado durante treinta años de servicio en las Américas.

Aquel 5 de octubre había amenecido claro y se divisaba en el horizonte la Sierra de Monchique, siete leguas al NNE. Aunque no se puede precisar exactamente la dirección del viento, según todos los informes se desprende que soplaba de cuadrante Norte y que las fragatas españolas se acercaban a la costa con rumbo NE. Cerca de las 06:30 avistaron a barlovento cuatro navíos que se aproximaban hacia la flota a buena velocidad. A las 07:45 advirtieron que se trataba de buques británicos. Aunque los informes recientes señalaban que se mantenía la paz con Gran Bretaña, Bustamante mandó formar en línea de combate.

La flota británica al mando del comodoro Graham Moore estaba compuesta por las fragatas Indefatigable, Medusa, Amphion y Lively, que iban armadas con 184 cañones y dotadas con 1.110 hombres de tripulación, también formó línea de combate a barlovento de los españoles, a menos de un tiro de cañón. A las 09:15 los ocho buques se encontraban emparejados en dos líneas paralelas.

Todo habría de ocurrir muy deprisa. La Indefatigable arrió un bote con un oficial que se dirigió a la Medea. Bustamente hizo venir a Alvear al buque insignia porque hablaba inglés y éste acudió acompañado de su hijo primogénito. El oficial británico les comunicó que debía conducir sus barcos a Gran Bretaña y los españoles respondieron que no estaban en guerra. Cinco minutos después, la Indefatigable disparó un cañonazo entre la Clara y la Mercedes. Luego lanzaba una salva para llamar a su oficial. Bustamante se había negado, dejando claro que sólo se dirigiría a puerto inglés por la fuerza.

Acto de piratería

Mientras tanto, la Mercedes había hecho una extraña maniobra, decayendo a sotavento, lo que hizo pensar a los británicos que emprendía la fuga, maniobra que impidió la Amphion británica, poniéndose a tiro de pistola. Enseguida comenzó el bombardeo. Poco después de las primeras descargas, se oyó un gran estruendo: la Mercedes saltaba por los aires al explotar su santabárbara, causando heridos incluso entre la tripulación de la Amphion inglesa. Don Diego de Alvear pudo ver horrorizado cómo desaparecían con la embarcación toda su familia y su fortuna. La suerte de la batalla ya estaba decidida y con 269 muertos en combate (249 en la Mercedes), las otras fragatas se rindieron honrosamente. Los ingleses sólo habían tenido 2 muertos.

Aunque algunos políticos abroncaron a su Gobierno por semejante acto de piratería, lo cierto es que Gran Bretaña saldó el asunto con unas indemnizaciones que rondaban los 250.000 pesos, cuando el botín ascendía a 3 millones. Los marinos españoles muertos no recibieron nada. España le declararía la guerra a Gran Bretaña dos meses después, en diciembre de 1804.


Tulio Demicheli (Madrid), La tragedia de «La Mercedes», ABC, 11 de mayo de 2008

El tesoro buscado por otros ingleses

Muchos cazatesoros se han afanado por hurgar entre los restos de la Mercedes, y la localización del pecio era el relato del combate escrito por el capitán de la Fama. Miguel Zapiain y Valladares, en su relación de los hechos de aquel día, dice que divisaron a las 6 de la mañana la costa portuguesa, la sierra de Monchique, a 7 leguas al NNE, que serían, a razón de tres millas por legua, unas 21 millas náuticas de hoy. Media hora después divisan cuatro naves al NE. A eso de las 7, ciñiendo el viento, identifican las naves como buques de guerra. La flotilla española sigue navegando al Este. Poco antes de las 8 se ordena zafarrancho y en punto se ordena organizar la línea de combate por babor. Entonces acontece el combate. Por tanto, todo comienza en lo que hoy es el final de la Zona Contigua de las aguas portuguesas.

En esa zona, la Marina lusa interceptó en 1997 un barco noruego que buscaba la Mercedes. En 1998 se supo que John Kingsford había descubierto en 1993 restos de lafragata a 100 km. de la costa y 1.200 de profundidad. También se dijo que el pecio estaba filmado y se habían extraído algunos objetos. Kingsford también fue expulsado por la Marina lusa del lugar. Y se supo en 1998 porque el cazatesoros ofrecía a Portugal una excavación conjunta. La táctica de Odyssey. En 1998, otro buque noruego, el Geograph, sondea cerca del Cabo de Santa María. ¿Buscaba un portaaviones?

Tulio Demicheli (Madrid), El tesoro buscado por otros ingleses, ABC, 11 de mayo de 2008

Preguntas sin respuesta

Odyssey Marine Exploration ha trabajado en dos ocasiones en el oeste del Estrecho. Entre 24 y 34 millas de distancia de la costa de Portugal fue detectado su único barco con capacidad extractiva: el Odyssey Explorer. Trabajaron en dos puntos -aunque apagaban el traspondedor satélite- entre el 23 de marzo y el 5 de abril de 2007. Días después, el 10 de abril, fletan desde Gibraltar un primer vuelo con 10.090 monedas de plata y 203 de oro -monedas tratadas- y también lingotes de cobre y bronce, balas de cañon, poleas de bronce y -ojo- trozos de madera, sin duda parte del pecio. Nadie lo denuncia, nadie lo detecta. Este material prácticamente coincide, además, con los objetos que expertos españoles han examinado en el lugar designado por los cazatesoros para custodiar su botín.

La siguiente vez que el Explorer volvió frente el Algarve fue entre 17 de abril y el 12 de mayo. Trabajaron en más de dos puntos de la misma zona. Pocos días después embarcaban rumbo a Florida 500.000 monedas sin tratar. Y dejaron en Gibraltar material que aún añoran trasladar. Todo según las palabras de Odyssey.

La certidumbre jurídica basada en una investigación ha llevado a España a asegurar que se trata de la Mercedes, pero la confidencialidad que rodea el caso hace pensar que faltan las pruebas científicas que lo corroboren. Habla la ley, pero la última palabra será de la ciencia en este caso, cuando los arqueólogos puedan documentar el pecio, su localización hoy aún secreta y la catalogación de todo lo expoliado. Si España desconfía de los cazatesoros, tarde o temprano deberá poner en duda si no hubo otros envíos, si todo lo que tienen es todo lo que dicen, o incluso si todo procede de donde ellos dicen. Siempre han jugado con ventaja. En el Mar de Alborán trabajaron 4 meses completos en 2007, delante de todos y en las aguas más vigiladas del mundo. Y casi otros tantos en 2006. Las preguntas retornan una y otra vez como las mareas

J. G. Calero (Madrid), Preguntas sin respuesta, ABC, 11 de mayo de 2008

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