El cuaderno de bitácora todavía no era un blog, las noticias tardaban años en imprimirse y algunos más en publicarse la fe de errores, aunque algunas de sus consecuencias fueran ya, como hoy, incorregibles. Existía, eso sí, el plagio. Cristóbal Colón comandó la expedición arribada a América en 1492, pero nada pudo decidir sobre su bautizo. En el primer mapa que años después lo dibujó, el Nuevo Mundo lleva el nombre de un impostor.
Américo Vespucio, proxeneta y comerciante de joyas, italiano como Colón, predestinado a vivir al servicio de Lorenzo el Magnífico, pero cuya familia acabó cambiando de rama de Los Medici para ponerse a la sombra de otro Lorenzo (di Pierfrancesco, esta vez), nunca consiguió la recompensa que buscaba arrimándose a Colón, amistad que le vino de perlas. Sin embargo, encontró el premio a una vida de copiota: el mapa de Waldseemüller de 1507, impreso en Saint-Dié des Vosges, en el noroeste francés, bautizó con su nombre el continente descubierto por Cristóbal.
Vespucio llegó a Sevilla en torno a 1490, encargado por Lorenzo di Pierfrancesco para que sondeara los negocios del banquero Gianetto Bernardi, florentino como ellos, y las posibilidades de encontrar en él a un nuevo socio. Sevilla era entonces una rica y floreciente ciudad adonde años antes, como no pocos italianos, había llegado también el genovés. Bernardi financiaba las expediciones de Colón, y Vespucio, convertido en agente del banquero, no tardaría en conocerlo. Bernardi murió arruinado, pero convencido de que la empresa del "señor Almirante", como llamaba al descubridor, seguía siendo una gran idea. Su agente se aventuró en ella.
Mundus Novus
En 1499, Vespucio y un ex tripulante de Colón, Alonso de Ojeda, zarparon rumbo a Venezuela, adonde llegaron casi con seguridad buscando los bancos de perlas que Colón había localizado un año antes en Isla Margarita. Eso es lo que encontraron o, al menos, lo que escribió Vespucio a su regreso. Si es verdad o no, tanto da esta vez, porque no le sirvió para volver a comerciar con perlas. Y emprendió una última huida hacia adelante: se hizo cosmógrafo.
Él estaba convencido de que vendería sus servicios como conocedor de los mares y la geografía, aunque hasta en sus errores se ve hoy que repetía los cálculos de Colón. "Vespucio no era en realidad un gran cosmógrafo, pero lograba convencer a la gente de que lo era", según cuenta el historiador británico de origen español Felipe Fernández Armesto en la presentación de Américo Vespucio, obra de Stefan Zweig recuperada por la editorial Capitán Swing.
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